Entrevista com Juan Villoro, recomendada por Marcos Visnadi.
–En la literatura, salvo algunas excepciones, siempre se prefiere al derrotado, a la víctima; el perdedor suele tener “más prensa”. ¿Por qué la ficción es mejor territorio para el perdedor que el periodismo?
–En la ficción, los ganadores suelen ser odiosos y la felicidad cumplida es un tema aburrido. Por eso Tolstoi escribió en Ana Karenina que “las familias felices no tienen historia”; desde el punto de vista narrativo es algo insustancial porque carece de conflicto. En cambio, la literatura relacionada con la pérdida, con la derrota, enriquece las posibilidades de la trama. La casa pierde es un libro de perdedores. A mí me interesaba mucho no sólo la categoría de la gente que pierde, sino cómo las nociones de triunfo y de derrota de pronto cambian de signo. Una de las cuestiones interesantes a las que te lleva la derrota es que son caídas que secretamente te alimentan, te permiten ver algo a lo que no te hubiera llevado la victoria. Y al revés: hay triunfos que envenenan, que te corroen por dentro. El primer relato es la historia de un boxeador que se encumbra porque él quiere purgar un delito que cree que cometió. Digamos que tiene una herida “eficiente” que le permite tratar de castigarse para poder superar ese crimen que supuestamente cometió; de modo que recibir el castigo en el boxeo lo ayuda mucho. Pero cuando se entera de que es inocente, pierde la motivación para seguir combatiendo y que le rompan la cara en el cuadrilátero. Una buena noticia, saberse inocente, se convierte en una desgracia. Me interesa mucho el cambiante valor de la derrota y el triunfo. En el caso del periodismo, los periódicos han escrito la gran narrativa del poder. Todos los periódicos del mundo comienzan siempre con la agenda presidencial, lo que dijo el rey, si se trata de una monarquía; lo que dijo la Bolsa de Valores, que es la Teodicea contemporánea que rige esos cielos inaccesibles de la macroeconomía. En ese relato del poder cuentan a los disidentes cuando se levantan en armas, es decir cuando tienen una cuota de poder. Es muy difícil encontrar un periodismo de la debilidad, una narrativa alterna, incluso algunos de los mejores cronistas procuran seguir a las celebridades.
–Quizá entre los mejores cronistas, Ryszard Kapuscinski fue uno de los primeros en pensar en un “periodismo de la debilidad”...
–Sí, una de las grandes lecciones de Kapuscinski fue demostrarnos que el sujeto más humilde tiene todo el derecho del mundo a ser perfectamente neurótico, a tener una vida interior complicadísima; que no es sólo un dato estadístico para informarnos antropológicamente de algo sino que es un sujeto con una vida interior que puede ser detestable, pero fascinante por sus enredos. Pero el caso de Kapuscinski es bastante insólito; en general tendemos a ver a las figuras que no son protagonistas, que no tienen fuerza, como seres anónimos. Esta es una cuestión que en el combate con el narcotráfico tenemos que cambiar. Los muertos no tienen nombre, son cinco o seis bultos tirados en la carretera, pero todos los capos que se capturan tienen nombre, tienen apodo y tienen historia. Las víctimas ni siquiera son nombradas. Ahora esto está empezando a cambiar; ha sido muy importante en México el papel de las mujeres periodistas. Alma Guillermopietro encabezó un retablo de 72 relatos que rinden tributo a 72 migrantes que fueron asesinados en México, tratando de cruzar la frontera con los Estados Unidos. Hay ejemplos de restitución muy necesarios y creo que el periodismo debería crecer en esta línea. Existe, pero debería ser la zona dominante.
Villoro cuenta que hace poco visitó la Cruz Roja mexicana y escribió la crónica “Vivir en México: un daño colateral”. “Lo más interesante fue saber que las personas que más dinero dan en la colecta son los pobres. La gente con menos recursos sostiene la Cruz Roja. Y eso habla mucho de lo que es un verdadero país y de un tejido social del que no se está hablando –plantea–. Está esa resistencia frágil, la resistencia del que tiene poco, pero da. A través de este tipo de historias podemos recuperar una noción de esperanza, porque tú no puedes combatir el horror sin tener una esperanza alterna. Se trata también de construir un discurso oponente al horror.”
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